30.6.09

San Telmo, un lugar cuanto menos inusual



Defensa es una callecita que nace en plaza de Mayo. Durante la semana se comporta como toda calle céntrica, con sus veredas angostas que provocan esa sensación de peligro en los visitantes. No ya en los cadetes ni los mozos que logran estar siempre muy apurados sin tirar nada, no. Uno puede diferenciar al caminante usual del visitante. Yo siempre soy visitante. Si la obligación me lleva a una tarde céntrica, nunca una mañana, yo soy de las que tiene la guía en la mano, la que siempre mira para todos lados y camina a ritmo supersónico evitando los obstáculos que en el centro, obvio, se multiplican a cada cuadra.

Pero Defensa es diferente a las demás callecitas tristes del centro. Tiene una personalidad multifacética y así como durante la semana aloja alienados del mundo de los negocios, durante el fin de semana su fauna es radicalmente distinta. Los domingos Defensa se convierte en San Telmo. Una feria diferente a las demás donde no hay puestos formales ni sobran artesanías y que, sin embargo, actúa como imán de turistas y locales.

Todos los domingos, en la calle Defensa se respira el olor a incienso de San Telmo. Abrazos gratis y muebles a precios exorbitantes. Artesanías, cueros, chucherías. Diarios viejos, juguetes viejos, billetes viejos. ¿Viejos? Añejos suena mejor. En San Telmo todo vale y todo está a la venta. Y es que la historia de esta feria está ligada a la historia mas reciente de la nación. Después de recibir el milenio, momento tan especulado de la historia, en la ciudad todos fantaseaban con poder llegar al mañana y un grupo de vecinos, como en tantos otros lugares de Buenos Aires, bajaron a la calle y se sentaron a vender su vida. En San Telmo todo vale y todo está a la venta. Represión policial que iba y venía y una perseverancia que no se fue nunca pintaron a la feria en el mapa cultural de la ciudad. San Telmo se convirtió en resistencia, en exótico, en bohemio, en bizarro.
Desde temprano los feriantes ocupan su lugar, algunos con sus mantitas, otros con su mesita. Estéticamente, San Telmo no tiene estética. Ecléticamente, San Telmo es todo y tal vez esa sea su esencia. Sin embargo, hay una característica que salta a la vista. Tal vez, y sólo tal vez, sea el lugar de menor densidad de argentinos del país. No son datos oficiales, es sólo boca de urna, pero cuanto menos los extranjeros se hacen sentir. Rubios y casi albinos, inglés con sus erres particulares, francés y la respuesta obligada yo no compré pá. La importante presencia de portadores de dólares, euros y demás divisas imponen en el aire un clima de oportunismo y la curiosa necesidad de ser casi bilingüe de los puesteros. Precios pasados a dólares y carteles de exchange money adornan la vista acá más que en cualquier otro lugar de la ciudad.

En San Telmo no hay que hacer esfuerzo para extrañarse. Ni siquiera de las obras en construcción que desde enero agregan un color local a la feria, obras eternas que dificultan el paso y ensucian la calle, que podrían parecer extrañas a los habitantes de otras ciudades y que sólo a nosotros se nos desdibujan a fuerza de costumbre.
En uno de los barrios primeros y más característicos de Buenos Aires uno esperaría una movida más tradicional. Y si bien es cierto que no falta el espectáculo tanguero con presentación bilingüe, eso es sólo una faceta de todas las caras que se fusionan en este espacio que termina siendo tan argentino y tan extranjero que se vuelve paseo obligado para todos. No es de nadie y no pertenece a ninguna categoría preestablecida, San Telmo nos extraña y nos gusta, nos resulta conocido de una manera paradójica. Argentinos como forasteros, extranjeros como locales, los domingos en Defensa al 600 todos nos parecemos, termo en mano y alpargatas en los pies, las costumbres y las vestimentas fusionan a los visitantes de la feria.

En un ida y vuelta se puede encontrar de todo. Colores, mimos, jazz y tango. En San Telmo todo se cohesiona en un nosequé que hace de una tarde una inusual experiencia.

Una forma particular de leer (X)

La representación del mundo en mapas, diagramas, fórmulas, imágenes y textos de David Olson

El mundo sobre papel.

Galileo creía en la importancia de apartarse de los libros para estudiar las cosas en sí mismas, eventualmente sabemos esto gracias a los mismos libros.
A partir del texto se afirma que fue la acumulación de información sobre papel lo que permitió un rápido crecimiento del conocimiento de las ciencias de la modernidad. A partir de lo cual éstas se configuran en una actividad de manipulación de signos. Al ser que el papel un formato representacional común donde documentar los conocimientos producidos y que podemos decir sin tapujos que no hay representación sin intención ni interpretación, las ideas que se aparecen plasmadas no serían más que una forma de ver y hacer ver. Por eso mismo, una imagen no es más que una superficie donde inscribir el mundo, una mirada desde ningún lugar. Dibujar es imitar las cosas tal como aparecen. La importancia de tan cuidadosa inspección visual era no sólo ver el mundo mejor, sino distinguir lo que había que ver en él de las interpretaciones leídas en él. A veces es más fácil buscar formas en las nubes que contentarse con apreciar el cielo tal como se presenta.
Olson nos habla del arte holandés y su estricta atención a las apariencias de las cosas, en construir representaciones correctas, lo que parece un intento de ahogado al intentar objetivar una mirada que se especifica por ser particular. ¿Habrán querido los holandeses fundar la “ciencia de la pintura”? ¿O simplemente creían que el mundo era lo bastante bello para desfigurarlo en la fantasía de la creatividad propia?
Pero si hablamos de representar el mundo en papel, ¿qué mejor ejemplo que un mapa? A partir de la pregunta ¿Dónde es aquí? el texto nos lleva por la historia de la sofisticación de las cartografías hasta llegar a Mercator. Entrar en el mundo de papel es salir del mundo real.
El mundo pensado ya no es simplemente mundo, sino el mundo cómo se lo representa en papel, donde Groenlandia es mucho más grande que Äfrica o Sudamérica. Podemos decir entonces que tanto en los diagramas como en los mapas , la información suplanta la verosimilitud.
Asimismo, una ilustración de manual de una flor no se parece en nada a una flor real, pero esta flor dibujada se convierte en la entidad conceptual en cuyos términos se percibe y se clasifica la flor real. Hubo un momento, señala el autor, en que todavía no había lenguaje técnico para designar a un gran número de plantas, por lo que en los estudios botánicos, las ilustraciones podían vehiculizar lo que las palabras no podían. Una imagen que sí valía más que mil palabras.
Al final de todo, tanto las palabras como las imágenes no son mas que símbolos que intentan describir el mundo. La gran tarea parece descubrir, informar y traer a conciencia las actitudes implícitas en esos simples informes objetivos ya que no basta un ojo sincero y una mano confiable para ver todo lo que está presente.

Una forma particular de leer (IX)

Aguas desconocidas de Miles Harvey

Sobre el poder de los mapas

Mapas. Depositarios de valiosos conocimientos, en su momento valieron la pena arriesgar la vida por ellos. Secretos de Estado, supieron ser el eje de la política internacional de los reinos de aquel lejano siglo XVI.

Harvey comienza el texto hablándonos de su obsesión por los mapas y de la replica que tiene de aquel realizado por Mercator quién fue el primero en utilizar un sistema para proyectar nuestro mundo tridimensional en una superficie plana. Que de hecho, a pesar de haber sido publicado ese primer esbozo de mundo en 1569, hoy en día sigue siendo el mismo sistema que se utiliza para confeccionar el mapamundi que todos alguna vez manoseamos en la escuela primaria.

Me es fácil comprender esta obsesión de Miles por dibujos planetarios. Aunque nunca fui de tener muchas manías, de chiquita supe ser insoportable con mi globo blanco. Mi abuela, para uno de mis tantos cumpleaños, me regaló un globo terráqueo para pintar con colores. Por ese entonces, y hasta que mi hermana lo rompió jugando al voley contra el ventilador, yo andaba de acá para allá aprendiéndome los nombres de los países, que estaban en inglés (por lo que me llevó mucho tiempo caer en cuenta de que nuestro vecino mais grande do mundo en realidad no lleva z en su nombre) y cuando ya lo sabía lo pintaba de color. Lindo si me gustaba el nombre, feo si no. Pero siempre cuidadosa de las líneas.

Así que, sí. Yo comprendo la obsesión por los mapas. No se si llegaría a robarme uno de alguna biblioteca. Me parece que esa es una aventura que no estoy preparada para vivir.







Notas de lectura: Cómo hacer un mapa, cómo llevarse un mapa de Miles Harvey

Sobre un ladrón de mapas

Empieza Harvey a describirnos las arduas molestias que se tomaban en la antigüedad los dibujantes de mapas para hacerlos ( lo que me remonta a mis viejas y arduas clases de plástica y dibujos con fideos, pegamento y brillantina) y cómo la prensa nos facilita la vida a todos, en especial y en lo que nos concierne, a ellos.

La prensa, al permitir una mejor calidad y difusión de los mapas, cambia la manera en que la gente concibe al mundo. Los mapas hacen inmediato lo distante, visible lo invisible. Es increíble el efecto dominó de las grandes invenciones de la humanidad y como éstas pueden transformarlo todo. Por primera vez el mundo entero puede ver al mundo entero en su conjunto. Trato de concebir un mundo diferente, pero ya no puedo no imaginarme el que conozco. Lo que sí me planteo es que si en el universo no hay arriba o abajo, ¿quién acomodó el norte arriba y el sur abajo? Y en todo caso, ¿quién instaló que nosotros estemos al sur y los otros al norte?

A partir de establecer la importancia de los mapas en sí, nos habla Harvey del hurto de mapas. Si hacer mapas requiere una auténtica magia, llevárselos sólo supone escamoteo, dice.

Por último, es como poco curiosa la alusión al robo como un cruce de fronteras, como una metáfora psicológica que simboliza la trasgresión a los mandatos morales.

Una forma particular de leer (VIII)

El héroe de las mil caras de Campbell.

El mito y el sueño

Cada uno de nosotros tiene un panteón de sueños que obra en secreto. [Los genios del inconsciente] son peligrosos porque amenazan la estructura de seguridad que hemos construido para nosotros y nuestras familias. Pero son diabólicamente fascinantes porque llevan las llaves que abren el reino entero de la aventura deseada y temida del descubrimiento del yo.
“Soñé- estaba escrito en un diario- que estaba en mi escuela primaria después de clase (por el sol, no eran más de las 5 de la tarde). Sola, parecía que no había nadie más. No estaba asustada, por más que la luz de la imagen fuera bastante fantasmagórica. Salí de mi aula –la misma de primer grado, en la que aprendí a escribir- y bajando la escalera parecía estar buscando algo. Abrí una puerta, en uno de los descansos y ahí estaban mis compañeros de la secundaria haciendo una fiesta que me recordaba a la presentación del programa de televisión de Garfield. Tentada a quedarme, de repente me apremió la necesidad de volverme a casa temiendo la reprimenda de mi mamá. Ahora apuradísima y sin tiempo de bajar las escaleras, me tiro por una bandera gigante que llegaba hasta dos pisos más abajo, a la planta baja. Pero al llegar, en vez del patio de baldosas rojas había una pileta. Salí nadando y ya en la puerta del colegio, mientras me sacudía como podía el agua de la ropa, llega mi mamá como si nada y nos vamos caminando. A esta altura, ya era de noche”. Es porque permanecemos aferrados a las imágenes no conjuradas de nuestra infancia que fracasamos como adultos.
A veces, hay algunos que al volverse a mirar lo que había prometido ser una aventura única, peligrosa, imposible de predecir, sólo encuentran que el final es una serie de metamorfosis iguales por las que han pasado hombres y mujeres en todas partes del mundo. Que cada vida pueda sintetizarse en un conjunto de acciones continuadas, que en su forma más estereotipada incluye nacer-crecer-tener descendencia-morir , no significa ni por asomo poder establecer si quiera un mínimo de paralelismo entre diferentes existencias. Pobre de quien crea que su vida ya la vivió otro de antemano y se limite a su mediocridad mientras piensa que sólo es el héroe aquel que ha sido capaz de triunfar sobre sus limitaciones.
Siempre me pareció una mediocridad concebir la vida como una superación constante de aquellos obstáculos que impiden la concreción del deseo moderno de felicidad instantánea. Para mi, una limitación se parece más a aquello que se interpone entre el hombre y la infinidad y por ende es algo que no se puede superar, al menos no en vida.
Al final es poco en realidad lo que necesitamos para vivir, pero sin ello la aventura dentro del laberinto es desesperada. Aunque ya ni siquiera tenemos que arriesgarnos solos a la aventura, por que los héroes de todos los tiempos se nos han adelantado.¿Podemos decir entonces que la vida ya no trae sorpresas? Aunque bien vendría tener un poco de certezas, el todo es potencial de la única vida que hemos de vivir. Porque si en 15 años he de hablar 3 idiomas y tener un postgrado (¿Por qué no?) mañana mismo tengo que empezar con las clases de portugués.Cuando llegue nuestro día por la victoria de la muerte, la muerte cerrará el círculo, nada podemos hacer, con excepción de ser crucificados y resucitar. La limitación de la vida está en su esencia.

Una forma particular de leer (VII)

La forma de la espada de Borges.

“¿No ve que llevo escrita en la cara la marca de mi infamia? (...) Yo soy Vicent Moon. Ahora desprécieme.”

Si se empezara por el final, la historia perdería toda su gracia. Es imprescindible desconocer la identidad del sujeto para que el relato no pierda su sentido. Por eso mismo, en el párrafo introductorio no se dan más que detalles, su verdadero nombre no importa, pero detalles que pierden su insignificancia al final, donde se vuelven interesantes.

El personaje con el cual Borges revela parte de su identidad al llamarlo igual que él, llega a la casa de este anglosajón para descubrir, sin intención profesa, la historia de este otro personaje.

Como descendiente de irlandeses que soy (herencia más cultural que biológica a esta altura), estoy al tanto de las guerras por la independencia de aquella verde isla nublada y por tanto no pude evitar sentir empatía por Vincent desde el principio y en contra de cualquier argumento lógico. Así caí aún más de lo normal en la trampa de la ingenuidad, de pensarlo víctima del acto del cual en realidad él era victimario.

Pienso que este personaje, Vicent Moon, cuenta en otra persona su vida porque no le es posible contarla como propia. Sabe que actuó mal, conoce su falta de valores y es su incapacidad de arrepentirse la que lo persigue. No es capaz de asumir las consecuencias de sus propias acciones, ¿cómo puede alguna vez dejar todo eso atrás? Se sabe pecador e incapaz de pedir perdón. Por eso sus acciones lo persiguen hasta el final, consumiéndolo.

Personificándose en la historia e identificándose en el diálogo como el otro, Borges ¿estará confesando una experiencia propia?

Una forma particular de leer (VI)

Estar allí, la antropología y la escena de la escritura de Guertz.

¿Es posible una experiencia personal sin subjetividad?

La antropología se presenta, como poco, como una ciencia paradójica al tener que plasmarse en textos que se suponen deben ser, al mismo tiempo, una visión íntima y una fría evaluación de las experiencias de los investigadores. Desde el vamos, debe ser muy difícil tener que escribir de manera científica una experiencia de vida y más siendo que el modo en que se presentan los enunciados cognoscitivos mina nuestra capacidad para tomarlos en serio.

Pero al final, ¿cómo un texto antropológico puede parecerse tanto a un relato ficcional como a un ensayo de laboratorio? De un extremo al otro, parece que el estudio antropológico salta de tratar a la gente como objetos a un impresionismo acusable, de una insuficiencia de compromiso a una insuficiencia de distancia. Sin más, es casi imposible pedirle a alguien que sea objetivo en lo que cuenta. Y mucho menos que esa obligación provenga de uno mismo, pero también, si no se tiene cuidado, todo lo desarrollado pasa a convertirse en poco más que una opinión inteligentemente expuesta.

Al fin y al cabo, la verdadera habilidad de los antropólogos para hacernos tomar en serio lo que dicen tiene que ver con su capacidad de convencernos de que lo que dicen es resultado de haber podido penetrar otra forma de vida. ¡Pero cuán pretencioso tuvo que haber sido aquel que creyó poder quitarle la subjetividad a la experiencia sin sacarle su esencia! La antropología parece basarse en que, para hacernos creer que la vida es objetiva, es necesario llenarnos de datos subjetivos. Cualquier duda parece quedar despejada por la simple abundancia de datos.

¿Podemos considerar científico un ensayo en el que juega mucho el factor “yo no sé, no estuve ahí” conjugado con “él sabe, es antropólogo”? En conclusión los etnógrafos necesitan convencernos no sólo de que estuvieron ahí, sino de que, de haber estado ahí, nosotros hubiéramos visto lo que ellos vieron, sentido lo que ellos sintieron. Sólo me queda un último interrogante: ¿cómo diferenciar una etnografía de pura palabrería en Monografías.com?

Una forma particular de leer (V)

Ciencia, conciencia planetaria, interiores.

El autor nos cuenta sobre una expedición científica internacional que se disponía a descifrar de una vez por todas las verdades que se aparecían implícitas en el mundo, expedición que eligió como escenario una América colonial apenas conquistada. Hasta acá podría ser el argumento de alguna novela de Julio Verne y nunca podríamos estar totalmente seguros de que la historia de la Condamine no haya sido de inspiración para el padre de la ciencia ficción.
Esa primera cooperación internacional cedió el paso a una interminable disputa con las autoridades coloniales sobre lo que se podía o no ver, medir, dibujar o tomar muestras. Cuándo no, la voluntad de cooperar se vuelve volátil ante el recelo. Pero, ¿qué más se puede esperar si es bien conocida la hipocresía de quién establece una clara distinción entre la (interesada) búsqueda de riquezas y una (desinteresada) búsqueda de conocimientos?
La expedición llamada de la Condamine, fue un fracaso estrepitoso pero con un éxito rotulante en un aspecto, la escritura. Los textos y relatos que la expedición produjo circularon por Europa durante décadas. Hubo una poderosa razón para que aquellos tuvieran tanto éxito y es porque el relato no está escrito como un informe, sino más bien en el estilo del popular género de la literatura de supervivencia.
Al ir leyendo sobre estos escritos de travesías, cuyos resultados cabe aclarar eran totalmente diferentes al de los objetivos del comienzo, me acuerdo de una par de historias que leí de chica, especialmente “Una capitán de quince años” que versa sobre las aventuras de un joven capitán y su tripulación en un relato de traiciones y experiencias en una África precolonial.
El ojo (instruido, masculino, europeo) que sostenía el sistema podía familiarizar nuevos sitios inmediatamente y por contacto, al incorporarlos al lenguaje del mismo sistema. Se produce por ende, una resemantización global a partir de una historia natural como manera de pensar en las redes existentes de relaciones históricas y materiales entre hombres, plantas y animales.

Una forma particular de leer (IV)

Viaje profano de Ricardo Forster - Profano: adj. Desenfrenado o muy dado a cosas del mundo.


I
La meta ha quedado ahora para siempre inaccesible gracias a una visión que limita las posibilidades humanas a este mundo finito.
Nunca me gustó la idea de una meta. La metáfora de una carrera me llena del recelo que tengo ante la competición. Mala perdedora como soy, odiaría la idea de tener que llevar mi vida hacia algún punto.
La meta del viaje de la vida se sitúa en la experiencia del viaje mismo.
Encerrando la vida en una categoría de sentido propio, veo a la chica del Burger limpiar la mesa de al lado otra vez, sin que se de cuenta que en la plaza de la República, que apenas se asoma por el ventanal, ya cae el sol. Y pienso en el chico del peaje y en el colectivero del 86 de Ezeiza a Liniers y cómo se les va la vida viendo el tiempo pasarles por al lado. No digo que sus vidas no tengan sentido, pero me asusta la idea de que sí lo tengan.

II
Yo, que vuelvo siempre por las mismas calles. Yo, que gusto de leer sobre los lugares a los que voy a viajar. Yo me encontré con ganas de perderme. Estaba en otro país, en un continente ajeno, extrañando una Buenos Aires nevada y con ganas de perderme.
Aprender a perderse en una ciudad es un arte que hay que saber cultivar, que exige un esfuerzo adicional por que violenta la tendencia propia del sujeto a representarse un paisaje racionalmente trazado.

III
Allí no hay viaje, sólo la compra anticipada de un paquete de agencia de turismo que nos llevará hacia lo que ya conocemos.
Toledo está en los libros, en las fotos, en los mapas. Pero sólo entendí lo que realmente era cuando apagué la cámara y buscando un lugar donde ir de tapas decidí perderme en las calles intrincadas y desiertas de ese Toledo vespertino.
Un viaje utópico, sin fronteras establecidas, sin mapas que orienten la búsqueda.

IV
Con Venezuela, presintiendo sorpresas en cada esquina se nos pasó la vida dando vueltas esperando que apareciera el Greco. Cruje lo real cuando el Yo se desplaza hacia esas regiones imaginarias.

V
¿Qué viaje no es un viaje cartesiano hacia la interioridad del Yo racional?

VI
Es otro tipo de viaje el que nos conduce, a través de la memoria fragmentada, hacia el pasado. Y es cuando uno vive el presente que el pasado se nos hace identidad.
Es cuanto menos extraña la necesidad que uno parece tener de dejar escapar el tiempo para que una experiencia se nos anime de vida el pasado. Algo que pudo parecer insignificante en un momento puede ser lo que en otro nos despierte una sonrisa.
Álvaro y Andrea. Jessica y Rubén. Domile y Nicky.
O España y Venezuela, Inglaterra, Lituania y Chipre.
Cómo con el pasar del tiempo se hacen tan cercanos y tan propios.
... Y lo único necesario parece ser lo pasado.

VII
Las fardos de paja cual cuadro de Van Gogh. El camino de Santiago, vuelta a los renaceres religiosos. Un convento y los épocas de unificación de un reino llamado Castilla y un reino llamado Aragón. Tiempos cuando la historia no era historia sino un futuro incierto. Un viaje capaz de quebrar la dura corteza de la realidad.
Estando casi en un estado alucinatorio por el calor y el cansancio; una caminata “de a dos, por favor” al lado de la ruta me hacía pensar en la posibilidad de estar en cualquier momento del tiempo, como si ese lugar pudiera estar en cualquier lado. ¿Qué es lo que me determina el aquí y ahora? Se despliega entre el sujeto y el mundo la potencia de la imaginación.
Y ahí estaba yo comprendiendo aquel momento de mi inocencia cuando tenían la misma existencia y lógica los cuatro elefantes y la tortuga, la cascada del fin del mundo y el globo terráqueo. Porque algunos viajes parecen ser hacia el paraíso perdido de la infancia y de la infancia de la humanidad.

Una forma particular de leer (III)

¿Por qué no bailan? de Carver


Un hombre con todas sus cosas en el jardín. ¿Sus cosas? Las cosas de él y de ella, esa mujer que no tiene nombre ni cara y sin embargo su presencia se siente a lo largo de todo el relato.

La primera incógnita que se presenta es porqué todos sus muebles están en el jardín, de los cuales se aclara muchos eran obsequios. Sobre la mesa había un tiesto con un helecho, una vajilla de plata en su caja y un tocadiscos. También eran regalos.
Entonces tenemos un hombre melancólico rodeado de sus cosas, sus anclas a un pasado que vuelve y le duele; su lado y el lado de ella. Pensó en ello mientras bebía a sorbos el whisky. Un pasado compartido y un presente solitario.

Se asoma unos novios, jóvenes, que están empezando su vida juntos y por estar empezando se ven necesitados de esas cosas que adornan la vida en pareja. Sin buscar, encuentran esas mismas cosas que supieron adornar la vida en pareja de aquel hombre sin nombre que ahora las está vendiendo, u ofreciendo en realidad porque claramente no le importa el precio de venta.

El whisky lo acompaña todo el relato, pero un dedo no tapa el sol y aún así el dolor deja su impronta y se filtra en sus acciones. En un momento, el hombre les ofrece a la pareja bailar al son del tocadiscos que hubo de ser un regalo... ¿Para qué ocasión? Mi interpretación, un regalo de bodas y el baile, tan sentido por los personajes, me suena a una alusión del vals de los novios.

No se dice qué es lo que pasó, pero tuvo que haber sido algo muy fuerte, un proceso largo y tormentoso. Creían [por los vecinos] haberlo visto todo en esta casa. Y el final es éste, un hombre solo y solitario tratando de desprenderse de un pasado que lo atormenta. ¿Los detalles? Bueno, eso nunca lo sabremos.

Una forma particular de leer (II)

En el mar. Cuento de marineros de Chejov.

Me estremecí tanto por el frío como por otras causas, que es lo que quiero escribir. Chejov nos hace imaginar una escena en altamar, alcohol, apuestas, derroche de libertinaje. Un grupo de hombres alejados de la civilización reniegan de sus reglas y caen en la trampa de una humanidad tan parecida a la naturaleza. Un compañero cacareó en broma como un gallo. Todo el ambiente nos hace pintarnos una condición de final del mundo, donde ya no queda nada porque mantener las apariencias. Sólo las luces cada vez más difusas del muelle que se alejaba eran visibles en un cielo negro como la tinta.

El protagonista se estremece en su juventud aceptando a conciencia una vida que él mismo califica de corrompida... Y a veces un marinero puede ser la más inmunda criatura de la tierra (...) somos crápulas porque no sabemos para qué puede necesitarse la virtud en el mar. Por eso mismo se pelotean la dignidad sin culpabilidad aparente para caer en la morbosidad de observar el placer ajeno y tal vez, sólo tal vez, dejarse conmover por una humanidad mortal y desnuda.

Aún así, aún cuando estaban por cometer un acto de los más indecentes, un acto sin moral, a conciencia y a voluntad, se encuentran con un acto todavía más vil y pecaminoso. El pastor, representante del Señor en la Tierra, vendiendo a su mujer a un británico desagradable y bigotudo. El condimento religioso no es más que un acento que usa Chejov para advertirnos que siempre hay alguien peor que nosotros y muchas veces éste se viste de santo.

Una manera particular de leer (I)

Tesis sobre el cuento de Piglia

I) Un cuento siempre cuenta dos historias
Para mí, un cuento cuenta tantas historias que es imposible contarlas todas. Por eso me gusta regalar libros en las ocasiones que lo disponen, esos libros que yo leí y que quiero discutir con alguien quién sé va a tener una opinión diferente a la mía.

II) Un relato visible esconde un relato secreto, narrado de un modo elíptico y fragmentario.
Esas son las mejores historias, las que visiblemente pueden terminar de golpe y que no nos importa porque la procesión va por dentro, o sí importa, pero sólo porque tenemos necesidad de más.

III) Los elementos esenciales de un cuento tienen doble función y son usados de manera diferente en cada una de las dos historias.
Qué facil sería si supiera reconocerlos, poder aprender de la estructura de esas historias que marcan tendencias, ¡o poder verlas siquiera! Porque si bien al terminar un libro uno empieza a conectar todos los elementos y a comprender realmente, durante la lectura todo pasa desapercibido y toma forma sólo al final. ¿Cuántas veces no se puede, por más voluntad que se tenga, dejar un libro de lado por necesitar terminarlo? Necesidad que se filtra y nos engancha.

IV) Lo que es superfluo en una historia, es básico en la otra.
“Casi todos los días, con lluvia o con sol, con frío o con calor, salía de su apartamento para caminar por la ciudad, sin dirigirse a ningún lugar concreto (...) Cada vez que daba un paseo se sentía como si se dejara a sí mismo atrás y, entregándose al movimiento de las calles, reduciéndose a un ojo que ve, lograba escapar a la obligación de pensar”
Inicio de una locura anunciada.

V) ¿Cómo contar una historia mientras se está contando otra?
El día que lo descubra voy a poder escribir en serio.

VI) ¿Que gracia tendrían los libros de Sherlock Holmes si pudiéramos saber desde el principio quién cometió el crimen?
Lo más importante nunca se cuenta. La historia secreta se construye con lo no dicho, con el sobreentendido y la alusión.

VII) Kafka cuenta con claridad y sencillez la historia secreta y narra sigilosamente la historia visible hasta convertirla en algo enigmático y oscuro.
“Cuando Gregorio Samsa se despertó una mañana después de un sueño intranquilo, se encontró sobre su cama convertido en un monstruoso insecto. (...) Sus muchas patas, ridículamente pequeñas en comparación con el resto de su tamaño, le vibraban desamparadas ante los ojos. «¿Qué me ha ocurrido?», pensó. No era un sueño.”
Historia de alineación.

Crónica de una visita a ArteBA (22-5-09)



Una visita al mundo del arte

Durante el día de ayer la mayor exposición de arte contemporáneo abrió sus puertas a lo que se espera sea un aluvión de visitantes.


El mundo del arte no pide pasaporte para ingresar, pero sí el pago del módico arancel de $25 por cabeza. Quién lo paga o entra con credencial diplomática como quien aquí les escribe, accede a un nuevo universo, diferente al que estamos acostumbrados a vivir.
Desde el vamos la experiencia es única. Como quién empieza a avistar el sabor local con los souvenirs del freeshop antes de salir del aeropuerto, en Circular y Sarmiento a las cinco de la tarde del mismo día de la inauguración ya se podía identificar entre la masa de gente los efectos de estar tan cerca del epicentro artístico.
A los recurrentes vendedores de panchos se le sumaban los vendedores de pinceles y los pintorescos carteles cotidianos de la esquina se complementaban con unas muestras de arte que no se pudieron dar el lujo de rentar un carísimo espacio dentro de la exposición.
Aunque si bien sería romántico decir que el arte ya se respiraba en aquella esquina, la verdad es que entre el ruido de las decenas de colectivos que ahí tienen parada y la sensación grasosa que dejaba la vereda, supuso toda una alegría que todos fuéramos puntuales y poder así emprender en seguida nuestros avatares de aventura.
El cruce del umbral marca una frontera tajante que da comienzo a la aventura en un mundo que se presenta ajeno y pretencioso.
Este artístico universo contemporáneo en 2009 está habitado por aproximadamente 800 artistas y espera ser visitado en las próximas jornadas por más de cien mil forasteros que son invitados a perderse sin rumbo y dejarse asombrar por la variedad de colecciones y experiencias que esperan ser vividas a la vuelta de cada esquina. En su entramado de interminables callecitas, las obras expuestas embelesan al visitante al que no le alcanza una sola jornada de viaje para verlas todas... Se despliega entre el sujeto y el mundo la potencia de la imaginación.
Las propuestas no sólo incluyen el arte plástico, el espacio de la feria pretende acercarnos a los grandes artistas y a las temáticas del arte en general con una basta oferta de charlas que se dictan todos los días. A la vez, entre sus stands podemos contar con algunos destinados a la venta de libros de arte provenientes del extranjero.
Si bien ArteBA está en función de la compra y venta, el paso por la exposición deja una impronta en aquel que se libera de todo preconcepto y se deja llevar por la experiencia. Yo misma ponía en duda la calidad del arte expuesto. Por tratarse de un predio como la Rural y orientado a un fin mercantil, ¿cuán real puede ser el panorama que se despliega si gran cantidad de artistas no tienen si quiera la oportunidad de participar?
ArteBA nos contesta reuniendo en el mismo predio a las galerías más consagradas y un espacio innovador, el Barrio Joven. A diferencia del espacio más tradicional, este proyecto busca darle un espacio a los galeristas más jóvenes para que expongan lo que ellos entienden por arte.
El resultado es un escenario ecléctico que en su primera jornada se presentó de un absoluto blanco, el que es inundado lentamente por pintadas callejeras que planean seguir cubriéndolo hasta el final de la edición.
Esta graffiteada puede parecer un intento de proclamación por la legalidad de aquello que es prohibido puertas para afuera. Pero ese no es el punto de la experiencia que totalmente apolitizada, parece sólo estar vivida como un entretenimiento.

En este sector barrial tuvimos la suerte de hablar con dos pintorescos personajes: un galerista, Martín Kovensky, y el director del Museo Hippie, Daniel Domínguez, ambos de San Marcos, Córdoba. Ellos nos concedieron amablemente unos minutos de tiempo para contarnos de su experiencia en la feria. Desde sus historias a sus expectativas la hora de las entrevistas terminó con la recitación del Manifiesto de la Comunidad de Vermont de 1984, un toque de hippismo en el mismo centro de la Sociedad Rural.
Con un folleto que rezaba “amor y paz” en la mano y todavía con ganas de ver más nos dedicamos a dar unas últimas vueltas por la exposición.
Aunque como visitantes inexpertos no conocíamos la semiótica del arte, nos entregamos a disfrutar de la increíble cantidad de estímulos específicamente elegidos para la ocasión. Y a medida que íbamos adentrándonos, íbamos sabiendo apreciar cada vez mejor las obras que se nos presentaban. Entre las cosas que nos encontramos hubo dos que contrastaron por motivos equidistantes.
Por un lado, la Galeria Soft contó con la presencia de la consagrada genio Marta Minujín quien muy dada a su público se arrimó a contestarnos nuestras siempre inteligentes preguntas. La artista presentó en esta edición una estructura conformada por 180 colchones que, yo misma comprobé, invitaban desde su comodidad a quedarse siempre un rato más.
En el otro extremo había un cubo negro que convocaba con la palabra enigma. Corajudos como somos, no dudamos en someternos a la misteriosa aventura que se nos proponía.
Equipados con las luminosas linternas que unas exóticas promotoras nos habían entregado nos metimos en la excitante oscuridad... Sólo para descubrir que el stand no consistía más que en un cuarto, negro por supuesto, con imágenes que habían sido impresas en tamaño de apoya vasos ¡Vaya enigma! Al salir, a cambio de devolver las linternas nos regalaron un paquete de cigarrillos y un encendedor. Arte, arte, arte.
Ya nos había sorprendido la presencia de un banco y una empresa de banda ancha en la exposición pero la idea de una empresa tabacalera promocionándose por asociación al arte sólo por el pago de unos metros cuadrados en la exposición nos dio escalofríos. Y no hicimos más que plantearnos, ¿cuál es el límite?
Controversial e interactiva, divertida y llamativa y con la mayor cantidad de colores e ideas en un solo lugar la Feria de Arte Contemporáneo de Buenos Aires tendrá las puertas abiertas a quién se anime a visitarla hasta el martes 26 de mayo.

Aunque correr no alcance.

Por la ventana empañada los podía ver discutiendo, en algún punto entre gritos y una violencia mas desmedida. No sé si podía decir que era una costumbre, pero era al menos algo regular. Mientras la radio del fondo anunciaba en tono alarmista la peor nevada de la década, pude escuchar un golpe. Otro más.
Le di la espalda a ventana, como si pudiera esquivar la situación, y empecé a buscar un par de guantes en los cajones de la cómoda. En esa habitación sin calefacción uno tenía la sensación de estar a la intemperie. La punta de los dedos y de la nariz ya se sentían ajenos a mí.
¿Qué podía hacer yo? No respondo bien a amenazas. Y si bien en ese momento no lo sabía, y no lo sabría por otro tiempo mas, yo y mis acciones, en realidad no importábamos. Por que soy una tonta, nada más.
Podría mentirme a mí misma, seguir pensando que todo pasó de repente, en un momento impreciso que ahora se me ocurre lejano. Pero no. Que yo haya insistido en seguir levantándome todas las mañanas, hasta que pude, como si mi vida fuera perfectamente normal, en realidad es solo una muestra de mi estupidez.
Pensándolo ahora y viéndolo en retrospectiva, podría haber estado más preparada. Aún sino hubiera podido hacer nada, podría no haber jugado el papel de señorita inocencia estúpida. Pero si algo sabía de mí misma era que me es más fácil ser tonta. Por eso mismo mientras todo pasaba yo estaba buscando una excusa en los cajones en vez de estar ahí abajo.
No sé en qué momento escuché el disparo. Las crónicas del día siguiente decían entre las ocho y media y las nueve y cuarto de la noche y yo no podría haber sido mas precisa. En estos tiempos los medios no se detienen mucho en cada asesinato, algunos incluso solo se refieren a la cantidad, como si estuvieran hablando del precio del dólar.
Para cuando mi mente nublada me permitió reaccionar y salir de la casa en penumbras, los perros del barrio todavía ladraban y la gente que había estado relojeando la violencia de la discusión, rodeaba a mi hermano caído.
Me hice paso entre la chusma. Apenas se podía respirar en el cortante aire húmedo de invierno. Me agaché a su altura. Benjamín me dedicó una mirada y con su cara de poker se alejó. Nadie intentó detenerlo. Ni siquiera lo siguieron con la mirada mientras se entremezcló con el paisaje urbano de la noche.
La sangre de Gabriel manchaba el piso y aunque yo intentaba intentar ayudarlo, era todo en vano. La cara se le desfiguraba en muecas de dolor, así que desistí. Un vecino me alcanzó un pañuelo. Un pañuelo que ya estaba manchado con sangre seca. Lo miré y me dio la sensación que a él esto le parecía mucho a un dejavú.
Para cuando la ambulancia vino a llevarse el cuerpo de mi hermano, todos, incluso yo, nos habíamos ido de su lado. No sé que es lo que movió a los demás a irse, no estoy segura de que fuera el desinterés. Uno siempre puede contar con la fidelidad de la chusma a formar parte de la escena. Tal vez fue el frío. En cuanto a mí, de repente me inundó una desesperación. Yo en ese momento ya tenía otra premisa.
Alcancé a ver a los empleados mal pagos del Estado discutir sobre la mejor manera de llevarse el cuerpo, que alguien había cubierto con un mantel rojo, y que la nieve había congelado. Había algo en sus voces, ¿alegría? Al menos no tendrían que fingir que sabían lo que hacían. En los tiempos que corren no mandan enfermeros de verdad, suele ser solo el chofer de la ambulancia el que acude al llamado. Ya como un tramite, simplemente el trabajo se parecía más al del recolector de basura de lo que a uno se le antojaría.
Mientras intentaba concentrarme en armar la mochila con lo menos posible y lo más rápido que podía, luchaba contra mí misma y los temblores que me sacudían y dificultaban mi tarea.
Pude escuchar el golpe seco del cadáver contra el piso metálico de la ambulancia. Supongo que los enfermeros no concedieron más que unos segundos de respeto antes de que mi hermano fuera un fiambre más. Ruido de arranque y marcha. Llegué a asomarme a la ventana justo para divisar al coche penetrar en la noche. Chau Gabriel.
Fue ahí, creo, cuando tuve que caer en cuenta de que estaba sola. De que todo el tiempo que intenté desentenderme de mi destino, en ese momento, me jugaba en contra. Que Gabriel no estuviera más significaba que a partir de entonces yo dependía sólo de mí. Pero lamentablemente me había sumido en un estado de ignorancia catastrófica. De repente no sabía nada, justo en el momento en que más lo necesitaba. ¿Podría aprender lo que se necesitaba para simplemente existir? De lo único que estaba segura era de que me tenía que ir. No me podía quedar en ese lugar.
Pero en ese momento en que todo me parecía tan urgente, no pude evitar quedarme estática, recordando la paz del pasado, cuando éramos una familia. Una fecha volvía una y otra vez. Un 5 de abril. Extrañamente, los diarios dijeron sobre su muerte que fue un accidente. Algo más que extraño si se considera que el velorio tuvo que ser a cajón cerrado, las heridas de bala les habían desfigurado toda la cara. Podrían haber dicho que había sido un robo, hubiera sido mas creíble. Pero no se si la veracidad era lo que mas le importaba a los medios.
De repente volví a respirar y me encontré con una mochila cerrada y ready to go. Es increíble lo que se es capaz de hacer en piloto automático. Plata. Iba a necesitar plata. Pero siempre la manejó Gabriel. Y desde que habíamos caído en ese viejo departamento en el que Benjamín parecía escondernos, yo había perdido rastro de dónde estaba guardada, o si es que había. Sabía que Benjamín pasaba una cantidad mas o menos estable todos los meses, y por como vivíamos, o era muy poco o Gabriel ahorraba.
Logré arrastrar los pies hasta la habitación que Gabriel había improvisado como propia. Totalmente desordenada, cualquiera hubiera sospechado que alguien ya había estado ahí revisando. Traté de figurarme, ahora en escena, donde podría mi hermano podría haber guardado la plata. Pasando revista de la penumbra que me hacía difícil la tarea, de repente una imagen me sobresaltó. Era mi reflejo en un espejo roto que estaba apoyado contra el piso y que por su ángulo, reflejaba con mas luz que la que había en el cuarto. En la imagen inversa atrás mío noté la puerta de un armario. Me di vuelta y en el movimiento llegué a sentir un vaso de vidrio que, de tan cerca, no lo habría notado nunca ya que no llegaba a entrar en mi campo de visión. Lo tiré. Obviamente no tenía reflejos para evitarlo. Me sacudió los sentidos una peste a alcohol. Un vaso de Ginebra. Mi hermano había adquirido un hábito que había insistido en esconder de mi. No es que yo fuese moralista, pero agradecí la consideración de no sumarme presiones externas. Ya estaba bajo mucha presión para mantenerme tranquila.
En el armario no había nada. Estaba casi vacío y no tarde en comprobar que no iba a encontrar lo que estaba buscando. Lo que sí había era un libro. Era sumamente chiquito, de pocas hojas de un tono casi azafrán y de un olor a humedad que parecía natural, como si siempre lo hubiera tenido.
Lo conocía. Hubo un momento en que se paseaba por mi casa. En el comedor, arriba de la mesada de la cocina, por todos lados... Mamá decía que la gaviota que volaba sobre el mar, y que ilustraba la tapa, la deprimía. Siempre me pareció irónico la necesidad del todo. Si la deprimía era porque le mostraba apenas un atisbo de libertad, que, presionada por la realidad, mi vieja no hacía mas que anhelar. Era la idea de una liberación inalcanzable lo que la deprimía. De repente se me antojó que ella había disfrutado de la muerte salvadora. O tal vez solo era mi consuelo.
Tomé el libro que supo pertenecer a mi hermano Benjamín, casi olvidándome de mi todavía urgente necesidad de correr. La cubierta me parecía de un material brillante, pero en esa penumbra en realidad no brillaba nada. Lo abrí por el medio y lo hojeé sin cuidado. Era una historia de ficción, o eso parecía, que ocurría a fines de la segunda guerra mundial, o eso parecía.
Estaba por dejarlo cuando algo me llamó la atención. Una anotación bastante parecida a la desesperación de una persona atormentada. Busqué entre las paginas más referencias. Si bien todas tenían un cierto grado de incoherencia, pintaban un personaje torturado. Concentrada con mi nuevo descubrimiento, me dejé resbalar contra la pared. Aunque tenía que correr, no sabía a donde. Que más daba. En retrospectiva, claramente no tenía fuerzas de afrontar mi futuro incierto.
Lo agarré del principio. Las anotaciones en el margen parecían ir aumentando progresivamente hasta la ultima hoja, que parecía un gran, gran tachón. Me concentré en la historia. No me acuerdo de que trataba, pero cuando trato de acordarme me viene un sabor amargo. Era una historia oscura, casi impenetrable, un anhelo de libertad. El protagonista vivía una vida condenada, huyendo de una existencia horrible. Parecía que mientras mas corría para alejarse de todo, mas horrible era lo que le pasaba.
Cerca de la página 40 pasó algo que yo no vi venir. Sumado a los comentarios cada vez mas retorcidos, el nombre del protagonista estaba tachado y se inscribía arriba “B 212”. Cada vez que se hacía referencia al personaje, volvía el sobrenombre de mi hermano.
De alguna manera, la identificación de Benjamín con esa vida, se me hizo clara. Me acordé de cómo llevaba ese libro a todos lados, a modo de diario, en esos tiempo familiares en los que no necesitaba fingir que todo estaba bien, o al menos no más que cualquier otro ser contemporáneo. Mi hermano veía en ese libro reflejada su vida, que se me ocurría horrible. Y en constante espiral de bajada. De repente yo podía ver siquiera una ápice de lo que eso significaba.
No sé cuanto tiempo me tomo leerlo, pero cuando reaccioné, las primeras luces se reflejaban en el espejo resquebrajado. Dejé el libro a un costado. De alguna manera esto lo cambiaba todo. Benjamín no solo no era el culpable de la situación que me había tocado vivir. Yo no sabía como es que llegó a que eso pasara, pero él me pareció una víctima más. Siempre lo había visto como ese desalmado que no lloró en el velatorio de mis viejos, nuestros viejos. Recordé su mirada y como me consumía. Pero no mostraba dolor... Y nunca se lo había perdonado.
Pero en ese momento, bajo una nueva luz, se me antojaba que esa había sido la única manera en la que pudo reaccionar. Claramente se sentía culpable y de repente todos esos rumores que circulaban por el barrio y que sólo escuché alguna vez a medias, cobraron coherencia. Sí. Había sido algún tipo de ajuste de cuentas. Por eso desde entonces él había tomado más en serio su tarea de protegernos.
Que nos mudáramos a ese sucucho cobraba sentido. Y de repente sus continuas amenazas para que nos fuéramos me parecieron más una forma de protegernos de algún peligro y no, como suponía, una movida para hacerse de otro centro “operaciones”.
Ni Gabriel ni yo sabíamos mucho más de la lucha de narcos por territorio que lo que salía en los diarios. Y ellos no parecían saber mucho tampoco.
Entonces un nuevo sentimiento de afecto me suavizó la expresión. Bastante raro considerando que acaba de proyectarme un escenario en el que estaba en peligro, con posibles narcos buscando saldar cuentas incluidos... Y un hermano que acababa de matar al otro hacía sólo unas horas. Eso seguía sin cuadrarme.
¿Qué es lo que estaban discutiendo?, ¿qué pudo haber dicho Gabriel para que se desencadenara ese final? ¿sería capaz de perdonarlo a Benjamín? ¿querría él que yo lo perdonara?
Y como respuesta a mi última pregunta, un ruido. El chirriar de las escaleras. Un juego de llaves. La puerta que se abría. Las pisadas hasta la habitación. No me asusté, de alguna manera era lo que esperaba. No nos miramos ni cuando pisamos la calle y la luz pegó de lleno en nuestras caras.
Benjamín se adelantó unos pasos y se dio vuelta. No puedo decir que sonrió, o si siquiera lo intentó, pero hubo una especie de entendimiento.Mientras me decidí a seguirlo y di unos pasos en su dirección alcancé a divisar la mancha de sangre congelada en la vereda y se me ocurrió de que se podría parecer mucho a mi futuro. En ese momento no lo sabía. Llena de dudas, lo seguí hasta perderme con él en el interior de un mundo que apenas se mostraba en movimiento, sin saber que pasaría o si realmente me importaba.

Estación Central - Espacio cinéfilo

"Josué,
Hace mucho tiempo que no le mando una carta a nadie, ahora te mando ésta a tí.
Tienes razón, tu padre aparecerá y seguramente es tal como tu dices que es.
Recuerdo cuando mi padre me llevaba en la locomotora que él conducía, permitía que una niña como yo tocara el silbato del tren durante todo el viaje.
Cuando recorras las carreteras con tu enorme camión, espero que recuerdes que yo fuí la primera persona que te hizo poner las manos en un volante.
Será mejor para ti quedarte con tus hermanos. Te mereces mucho, mucho más de lo que yo podría darte.
Cuando quieras acordarte de mí, mira la pequeña foto que nos hicimos juntos. Te lo digo porque tengo miedo de que algún día tú también me olvides.
Echo de menos a mi padre. Echo de menos todo.
Dora"


Central Do Brasil, Monologo final.


Estación Central es la historia de un viaje en el cual Dora y Josué, los dos protagonistas, emprenden una aventura donde todos sus propios significados y sus identidades cambian.
Todo empieza en la estación de Río de Janeiro, un mundo de nadie. Dora, cincuentona frustrada de vivir, trabaja allí escribiendo cartas para aquellos que no saben hacerlo. Éstas palabras cuentan historias de vidas difíciles y aún así a Dora no le importan. Sólo quiere el dinero que cobra por éstas y luego las tira en la basura o a su propio purgatorio. Para ella, esas palabras no significan nada.
Sin embargo, a lo largo de la película eso cambia. Esta primera percepción que tenemos del personaje se invierte a medida que la historia avanza. Se van descubriendo aspectos de su vida de que nos permiten comprender a Dora. Tanto es así que en el monólogo final se nos revela con todo su dolor y no podemos más que entender. Su dureza inicial no es más que la consecuencia de toda una vida de abandonos: “tengo miedo de que algún día tú también me olvides” . A lo largo de su travesía por el interior de Brasil, Dora se va reencontrando consigo misma y hasta se permite una ilusión amorosa. Hacía el final encontramos una mujer distinta de esa que en una primera secuencia se nos muestra odiosa y ventajista.
Josué, por su parte, es un niño que de repente se encuentra solo. A partir de un accidente nomás iniciada la película, se queda sin su madre. Lo primero que atina a hacer es recuperar lo poco que le queda: la carta que iban a enviar a su padre y que Dora fue encargada de escribir. Aquí no sólo se unen los destinos de los dos protagonistas, también podemos entrever el significado que tienen para el niño estas palabras. Palabras que encarnan su identidad.
Este gran valor que se le otorga a la escritura es uno de los aspectos poéticos más destacables de la película. Desde aquellas personas que piden a Dora escribir dedicaciones a los afectos pasados y a los santos presentes hasta Josué que encuentra en ellas su única oportunidad de ser, de tener una identidad. En todos los casos podemos ver una carga emocional muy grande que traspasa más allá del escrito.
El personaje de Josué es difícil de analizar, en ningún momento se lo presenta débil ni indefenso. Aún cuando no tiene otro futuro en el horizonte que el de estar en la estación, el niño se mantiene entero. A la vez, actúa como contrapeso de la figura de Dora: a diferencia de ésta que reniega su pasado él está atado a éste que a su vez él entiende es su futuro. En este viaje que necesita emprender para encontrar a su familia, se lleva casi a cuestas a esta mujer que descubre junto al niño caras de sí misma que ni ella conocía.
Un momento destacable del viaje es cuando, luego de miles de peripecias, caen en un pueblo donde, luego de una procesión (situación confusa si las hay) se renueva la unión entre ambos protagonistas. Casi como un renacimiento, podemos ver el cambio de actitud entre ellos: ciega confianza de él hacia ella, y dependencia de ella hacia él. Como signo de la profundidad de este cambio podemos señalar la escena en la que ella, después de una leve dubitación, finalmente tira las cartas en el buzón, otorgándoles así significado a esas palabras de afecto y sentimientos que antes no la conmovían. Y aquí una hipótesis, si es que antes no mostraba ningún sentimiento, es porque le dolía tanto que no podía permitírselo. Tanto Dora como Josué parten de la soledad, del dolor, de la búsqueda y llegan al final como personas más completas, más felices, unidos como nunca lo pensaron. Más que el vínculo en sí los que les deja el viaje es una renovada fe en la vida. Ambos se encuentran con aquello que habían perdido: el niño a su familia y Dora a sí misma.

Pienso que más que reelaborar las reglas de la road movie, Estación Central las lleva un extremo exquisito, equilibrado y eficaz. Tal como está previsto en este tipo de películas, que rara vez se guían por conflictos externos, los problemas que consumen a los personajes de Estación Central son básicamente internos, si bien es cierto que el director hace hincapié en mostrar las desigualdades sociales y la pobreza que hieren a su país.
Como las road movies necesitan seguir la transformación interna de sus personajes, los filmes no se refieren a lo que se puede ver o verbalizar sino a lo que se puede sentir sobre lo invisible que complementa lo visible. Un ejemplo de esto sería la escena donde Dora mira a través de la ventana al camión del objeto de su afecto irse para no volver. El dolor que transmite esa escena de ella mirando por la ventana, no tiene nombre.
Si hablamos en términos de gramática cinematográfica, la road movie se ve circunscrita a una sola obligación: acompañar las transformaciones vividas por sus personajes principales al enfrentarse con la realidad, que se cumple al pie de la letra en Estación Central.

El mismo cuento distinto.

Un joven colombiano de intereses literarios viaja a una zona perdida del interior del país en busca de inspiración. Elige ese lugar porque fue allí mismo donde a su madre la enviaron para alejarla de un amor intenso por aquel que escribía sin pasión, un telegrafista sin ton ni son.
Se encuentra con un trabajo de vendedor de libros de casa en casa, por lo que pasa sus días leyendo ese montón de palabras impresas en papel, sin importar qué estuvieran diciendo. Sin embargo, hubo un texto que lo marcó, que le remueve el interior.
Pero como toda anécdota tiene que pasar algo más, el guión de la vida así lo dicta. Obviamente no le atribuye la importancia necesaria al relato y lo pierde. Lo que pasa con el ejemplar en realidad trae sin cuidado al desenlace, lo que importa es la búsqueda que se suscita tras esa historia que tanto significa.
Toda una vida de preguntas y respuestas varias, donde cada amigo se daba el lujo de reinterpretar en su memoria algún relato para ellos mismos casi olvidado. Increíble como una simple línea narrativa puede disparar tantos resultados.
Sin embargo y a pesar de tantos finales sin salidas, nuestro protagonista va recolectando detalles hasta que encuentra un personaje, Maigret y un autor: Simenón. Y supo que era el correcto.
Como suele pasar, cuando uno piensa que ya alcanza la meta, tanto que siente como el cuerpo todo se estira intentando llegar más rápido, es que en realidad falta todavía un trecho más. En este relato, nuestro personaje se choca con un universo literario en el que podría llevarle todo el resto de la vida encontrar su cuento. A esta incertidumbre se le suma la duda, ¿estaba realmente seguro de que era por ese lado?
Un día el mismísimo Julio Cortazar es el que le pone nombre y apellido al cuento en cuestión. “El hombre en la calle”. Pero por alguna razón nuestro hombre no le cree. ¿Quién podría no creerle a un genio literario? Pues otro genio literario. Dime con quién andas y te diré quién eres.
La anécdota tiene final feliz. Nuestro protagonista se encuentra con su historia, sólo para descubrir que era distinta a la que él por tanto tiempo había rendido tributo en su memoria. El encuentro tan deseado, con sólo unas cuantas décadas de espera.

Sobre una canción y una historia

Bronca cuando ríen satisfechos
al haber comprado sus derechos,
Bronca cuando se hacen moralistas
y entran a correr a los artistas,
Bronca cuando a plena luz del día
sacan a pasear su hipocresía,
Bronca de la brava, de la mía,
bronca que se puede recitar,
Para los que toman lo que es nuestro
con el guante de disimular,
Para el que maneja los piolines
de la marioneta general.
Para el que ha marcado las barajas
y recibe siempre la mejor.
Con el as de espadas nos domina
y con el de bastos entra a dar y dar y dar.
¡Marcha! Un, dos...
No puedo ver tanta mentira organizada
sin responder con voz ronca
mi bronca,mi bronca.
Bronca porque matan con descaro,
pero nunca nada queda claro.
Bronca porque roba el asaltante,
pero también roba el comerciante.
Bronca porque está prohibido todo,
hasta lo que haré de cualquier modo.
Bronca porque no se paga fianza
si nos encarcelan la esperanza.
Los que mandan tienen este mundo
repodrido y dividido en dos.
Culpa de su afán de conquistarse
por la fuerza o por la explotación.
Bronca, pues entonces, cuando quieren
que me corte el pelo sin razón,
es mejor tener el pelo libre
que la libertad con fijador.
¡Marcha! Un, dos...
No puedo ver tanta mentira organizada
sin responder con voz ronca
mi bronca,mi bronca.
Bronca sin fusiles y sin bombas.
Bronca con los dos dedos en Ve.
Bronca que también es esperanza.
Marcha de la bronca y de la fe...

"La marcha de la bronca"


No me acuerdo la primera vez que escuché esa canción, y por supuesto tampoco recuerdo cuál fuera mi primera impresión. Pero me acuerdo un momento en que significó mucho para mi. Fue en Diciembre 2001. Diciembre de sesiones maratónicas de estudio con mi papá, en esos lejanos tiempos de curso de ingreso al Pellegrini. Las materias de turno ese verano eran Historia Argentina y Geografía.
Yo era una nena, unos 12 años nomás y la mayoría de las cosas que leía duraban en mi memoria lo que alcanzaba en llegar la mañana, como suele pasar a esa edad.
Cada vez que me escenifico ese momento en el tiempo, me acuerdo estar sentada frente a los libros en la terraza, pensando en la ironía de estar encerrada al aire libre. De fondo siempre la televisión, siempre el noticiero.
Si bien en mi historia personal se estaban sucediendo muchos cambios, a nivel país estaban pasando muchas otras cosas, claramente mas significativas, de las que yo sólo tenía una ligera noción. Aún perdida entre mis cosas igual recuerdo perfectamente las imágenes de los saqueos, de la gente llorando, la violencia, de las bombas lacrimógenas. Me acuerdo de las muertes. Cuando evoco la noche del estado de sitio, me veo sentada en medio del cruce de avenidas frente a un fuego piquetero y cacerolas de familia. Bronca, repudio, desesperanza, el no tener futuro. Yo no entendía realmente nada, ahora me doy cuenta.
Al día siguiente, mientras hojeaba los libros, violeta el de geografía y verde el de historia, encontré una canción a modo de anexo en una unidad. Bronca de la brava, de la mía, bronca que se puede recitar... Aún con toda mi inocencia vi reflejado todo lo que estaba pasando. No hace falta que ahora haga un análisis verso por verso para ir mostrando las similitudes, salta a la vista. Si bien fueron coyunturas totalmente diferentes, problemas sociales totalmente distintos, ahí estaba yo, una nena que no entendía nada, pensando que todo era muy parecido para ser considerado cosa aparte.
Yo soy de las que va a las marchas que están bien. Esas a las que está bien visto ir. Pero a diferencia de muchos otros que podrán ir por lo que sea que vayan, yo realmente voy con un propósito. Uno que se renueva todos los años y tiene que ver con la memoria. ¿Qué sentido tiene sólo recordar? Si vamos porqué sí, no tiene más sentido que quedarse en casa y verlo por el noticiero. Cada año se renuevan las consignas, o deberían. Y a las reivindicaciones, a esta altura históricas, se le suman todos los años unas nuevas. Julio Lopez, anti-marcha contra la inseguridad y hasta fuera yanquis de Irak. Son todas banderas que como pueblo necesitamos mostrar, que mantienen una esencia de reivindicación.
El 24 de marzo quedó marcado como un día terrible para la historia argentina. Pero, ¿podemos decir que sus consecuencias pertenecen al pasado? Cuando las figuras públicas salen a decir que es hora que el pueblo deje las cosas atrás y siga para adelante, que los derechos humanos de algunos no deberían tomarse en cuenta, ¿podemos ir sólo a la marcha a caminar?
En el aniversario de este año yo estuve presente. Yo tuve mi causa y mis deseos para el futuro. El mismo día al que la Nación le dedicó solo 7 párrafos.

Las dictaduras podrían ser buenas, pero no lo son. Porque la dictadura ilustrada es una utopía. Y las militares son las peores.
Jorge Luis Borges

La paradoja de la escritura

Hay una frase que contesta George McFly en Back to the Future cuando el personaje de Michael J Fox le pregunta porqué no le mostraba lo que estaba escribiendo: “Por que tengo miedo que si la gente lo ve, diga que es estúpido”. Mas allá de la anécdota cinéfila, para mi esa frase resume el sentimiento de todo intento de escritor. Como buen intento que soy, yo también sufro ese sentimiento de cohibición. El cual se debe, según mi parecer, a una simple paradoja.
A riesgo de caer en una generalización meramente teórica, creo que el primer acercamiento a la escritura es a un nivel muy personal. Tal vez por la necesidad intrínseca del ser humano de comunicarse, tal vez por culpa de la invasión en el mercado de diarios íntimos. En la práctica, uno pasa a papel las experiencias más personales. Obviamente nadie quiere que se le critique en su más íntima expresión y por eso mismo uno es reacio a los ojos ajenos. Simplemente uno se siente desnudo a la vista del otro.
Yo creo que existen muchísimos relatos impresionantes, de escritores demasiado cohibidos para dejarlos conocer. No hace falta irnos hasta Kafka para pensar en obras post mortem. Lamentablemente no es ese mi caso. Las primeras palabras que contaron alguna historia se perdieron en los vaivenes de la vida. Pero podríamos arriesgar sin mucho margen de error que no eran ninguna genialidad. Lo mismo vale para el par de ensayos con los que las maestras de primaria intentaban mostrarnos el uso de la monografía. Aunque no sería hasta la secundaria donde realmente aprenderíamos los usos y abusos de Wikipedia.
Igualmente y a pesar de lo infructuoso que parece ser, cuando me nace escribir, agarro un lápiz y empiezo. Sin embargo, después de un frenesí inicial, me quedo totalmente en cero. No es porque no sepa cómo llegar a lo que sigue, simplemente no hay nada que siga. Yo también amo los mundos sutiles, pero irritantemente mis conmociones frente al mundo me mezquinan una inspiración volátil.
Escuché una vez que Borges caracterizaba a un buen escritor como aquel que deja pasar el tiempo y después retoma la idea para escribirla. Así no se deja ofuscar por el momento y se puede escribir con más claridad. Podría probar con eso, porque es triste pensar que necesito un estímulo externo para conectar dos ideas en papel.
Aunque nunca pueda crear personajes susceptibles de convertirse en mitos y sea poéticamente analfabeta, no logro esquivar la escritura . No puedo evitar, por ejemplo, en cada viaje llevar un diario al día, retrato de cómo pasar haciendo caminos y teñirlos de gris en imprenta.Siguiendo una línea de razonamiento platónico podríamos decir que al tener la memoria tan arruinada por esta agitada vida moderna, el soporte fotográfico sería incapaz de revivirme el viaje, por lo que me vería en la obligada necesidad de pasar a papel las experiencias antes de olvidarlas. De alguna manera este planteo me suena ridículo. Debe ser otra cosa entonces la que, a pesar de la falta de aptitudes, me hace volver al papel. En el camino a descubrirlo espero ir perfeccionando alguna habilidad.

“En el proceso de la escritura la imaginación y la memoria se confunden. “

¿Un libro más?


Ciudad de Cristal


A decir verdad, no tenía idea de dónde buscar ese libro. Había pasado mucho tiempo. Eran en momentos como ese, sentada frente todas mis cajas, cuando admitía muy a mi pesar que hace falta algo de orden en la vida, que no es una mera restricción a la libertad.¿Cómo iba yo a encontrar un libro que había leído hace al menos cuatro años? Era mucho pedir. ¿Por qué no hacer el reporte sobre otro cualquiera? Harry Potter estaba en la estantería del comedor... ¿En la biblioteca? No. ¿En mi habitación (con todo lo que eso significa)? Tampoco. No había más dónde buscar, realmente se podía decir que había echo un esfuerzo y sin resultados. Excusas.

Me decidí y abrí las últimas cajas. Era todo un trabajo de campo, un flashback de la vida. Entradas de cine, apuntes de biología, cuentas a pagar (esperemos ya pagadas) en un orden cronológico casi preciso, como si hubiesen sido perfectamente acomodadas y guardadas con un propósito.

Ahí estaba y ahora que lo tenía en las manos me parecía obvio su paradero. No cabía pensar que pudiera haber olvidado donde estaba. No sabría decir qué era, si el hecho de estar hojeándolo otra vez o que había pasado la última hora desenrollando mi vida hasta sus más mínimos detalles, pero en ese momento volvió a conmoverme algo que ya había olvidado haber sentido, como si nunca hubiera dejado de hacerlo. De alguna manera, nunca me había olvidado de él.

Si me hubieran preguntado hacía dos días de qué iba su argumento (y creo que habría corrido la misma suerte solo dos horas atrás), mi respuesta habría sido vaga e imprecisa; haciendo hincapié en esos detalles que por alguna razón me habían quedado impresos. Aquellos que, como (me) suele pasar, poco tienen que ver con el hilo narrativo.

Sé que el escritor no lo escribió para mí, o para personas como yo. Que obviamente lo que a mí me despertaba el texto en esa especie de conexión, no había sido el efecto que él buscaba, ¿o sí? No, claramente. Son esas capacidades que pocos tienen y muchos alardean tener. ¿Cómo explicar entonces que esa narración me llevara en sus detalles a pensar en otras cosas totalmente distintas, más cercanas pero con una luz nueva, diferente?

Traté entonces de bajar ese “no se qué” a tierra, ¿qué era lo que me había hecho elegir ese entre tantos otros libros? Rodeada de todas las cosas que en algún momento fueron mi presente, mis obligaciones y mis disfrutes, sentí a flor de piel a la Paula de entonces. Quinceañera, descubridora de barrios y noches. Los primeros pasos en solitario, los primeros acompañantes de camino. ¡La toma de conciencia de la vida! El colegio, los profesores y no se porqué, el recuerdo del olor a lluvia. Por un segundo que se hizo eterno sentí ese libro como la primera vez. Conflictos de identidad, búsqueda en las calles de la ciudad, locura literaria. Aunque en ese momento se pareció mucho a la historia de un escritor que se volvía loco, ahora era mucho más.

Siempre describí los trabajos de Auster como “sobre sentimientos”, y la trama como una excusa para explayarlos. El protagonista está todo el libro buscando a un hombre, búsqueda que lo lleva a la locura, pero en el último párrafo se rinde y es el final. Muchos piensan que simplemente las historias de Auster no van a ningún lado, y lo descalifican. A mi modo de ver, él dice todo lo que quiere decir y más. Lo que él cuenta no es si el detective encuentra o no su objeto de búsqueda, él habla de la locura al que lo lleva eso. Describe tan bien los sentimientos que controlan los hilos de la vida, que uno capta la esencia de sus relatos a un nivel inconsciente. Lujuria, conflictos, locura. Y mil más. Parafraseando a Piglia, el relato visible esconde un relato secreto. Y es esa particularidad en la construcción de la segunda historia lo que me atrae de Auster. No puedo evitar dejarme llevar por sus palabras y revivir mis propios sentimientos de la manera que él los describe. La soledad según Auster es diferente a mi soledad. No sé si mejor, pero sin duda más elocuente.

Al recordar todo esto, me parecía hasta falta de respeto haber olvidado al libro ahí. Lo agarré y lo subí a mi habitación. Mientras me proponía a dejarlo en la biblioteca, recorrí los títulos de los libros que ahí tenía (y posteriores al que tenía todavía en las manos). No solamente había muchos más de Auster, tenía también varios de realismo mágico, fatalismo (tales como La naranja mecánica, 1984, Un mundo feliz) drogas alucinógenas... Realidades extrañas que se viven en el plano de la normalidad. Sin llegar al extremo de Juan Pablo Castel, sé que veo las cosas desde mi perspectiva, y siempre dudé de lo que yo veía / sentía se parecieran siquiera a lo que los demás. De alguna manera, en esos libros pasa algo parecido.

Mirando en retrospectiva, a partir de ese libro perdido se marcó toda una línea de elección literaria, de incógnitas, de formas de ver la vida y de qué buscar en ella. No sé si lo encontré o me encontró. O siquiera si fue con intención o puro azar. Sin decir que sólo a partir de ese único texto mi biblioteca es la que es, mi interés literario es el que es, y lo que considero interesante es lo que me resulta interesante, digo que aportó a lo que soy y a donde estoy.

“Mucho más tarde cuando pude pensar en las cosa que sucedieron, llegaría a la conclusión de que nada era real excepto el azar”.Auster, P. “Ciudad de Cristal”

28.6.09

“Ha habido una herida y ahora me doy cuenta de que es muy profunda. Y el acto de escribir, en lugar de cicatrizarla como yo creía que haría, ha mantenido esta herida abierta”.

Al final, la escritura nace de un sentimiento que necesita encontrar su lugar en el mundo. Y somos nosotros los que tenemos que darselo. Materializar lo espiritual hasta hacerlo palpable, espiritualizar lo material hasta hacerlo invisible: ése es todo el secreto del arte.

A partir de aquí, un intento más de escritura.