30.6.09

San Telmo, un lugar cuanto menos inusual



Defensa es una callecita que nace en plaza de Mayo. Durante la semana se comporta como toda calle céntrica, con sus veredas angostas que provocan esa sensación de peligro en los visitantes. No ya en los cadetes ni los mozos que logran estar siempre muy apurados sin tirar nada, no. Uno puede diferenciar al caminante usual del visitante. Yo siempre soy visitante. Si la obligación me lleva a una tarde céntrica, nunca una mañana, yo soy de las que tiene la guía en la mano, la que siempre mira para todos lados y camina a ritmo supersónico evitando los obstáculos que en el centro, obvio, se multiplican a cada cuadra.

Pero Defensa es diferente a las demás callecitas tristes del centro. Tiene una personalidad multifacética y así como durante la semana aloja alienados del mundo de los negocios, durante el fin de semana su fauna es radicalmente distinta. Los domingos Defensa se convierte en San Telmo. Una feria diferente a las demás donde no hay puestos formales ni sobran artesanías y que, sin embargo, actúa como imán de turistas y locales.

Todos los domingos, en la calle Defensa se respira el olor a incienso de San Telmo. Abrazos gratis y muebles a precios exorbitantes. Artesanías, cueros, chucherías. Diarios viejos, juguetes viejos, billetes viejos. ¿Viejos? Añejos suena mejor. En San Telmo todo vale y todo está a la venta. Y es que la historia de esta feria está ligada a la historia mas reciente de la nación. Después de recibir el milenio, momento tan especulado de la historia, en la ciudad todos fantaseaban con poder llegar al mañana y un grupo de vecinos, como en tantos otros lugares de Buenos Aires, bajaron a la calle y se sentaron a vender su vida. En San Telmo todo vale y todo está a la venta. Represión policial que iba y venía y una perseverancia que no se fue nunca pintaron a la feria en el mapa cultural de la ciudad. San Telmo se convirtió en resistencia, en exótico, en bohemio, en bizarro.
Desde temprano los feriantes ocupan su lugar, algunos con sus mantitas, otros con su mesita. Estéticamente, San Telmo no tiene estética. Ecléticamente, San Telmo es todo y tal vez esa sea su esencia. Sin embargo, hay una característica que salta a la vista. Tal vez, y sólo tal vez, sea el lugar de menor densidad de argentinos del país. No son datos oficiales, es sólo boca de urna, pero cuanto menos los extranjeros se hacen sentir. Rubios y casi albinos, inglés con sus erres particulares, francés y la respuesta obligada yo no compré pá. La importante presencia de portadores de dólares, euros y demás divisas imponen en el aire un clima de oportunismo y la curiosa necesidad de ser casi bilingüe de los puesteros. Precios pasados a dólares y carteles de exchange money adornan la vista acá más que en cualquier otro lugar de la ciudad.

En San Telmo no hay que hacer esfuerzo para extrañarse. Ni siquiera de las obras en construcción que desde enero agregan un color local a la feria, obras eternas que dificultan el paso y ensucian la calle, que podrían parecer extrañas a los habitantes de otras ciudades y que sólo a nosotros se nos desdibujan a fuerza de costumbre.
En uno de los barrios primeros y más característicos de Buenos Aires uno esperaría una movida más tradicional. Y si bien es cierto que no falta el espectáculo tanguero con presentación bilingüe, eso es sólo una faceta de todas las caras que se fusionan en este espacio que termina siendo tan argentino y tan extranjero que se vuelve paseo obligado para todos. No es de nadie y no pertenece a ninguna categoría preestablecida, San Telmo nos extraña y nos gusta, nos resulta conocido de una manera paradójica. Argentinos como forasteros, extranjeros como locales, los domingos en Defensa al 600 todos nos parecemos, termo en mano y alpargatas en los pies, las costumbres y las vestimentas fusionan a los visitantes de la feria.

En un ida y vuelta se puede encontrar de todo. Colores, mimos, jazz y tango. En San Telmo todo se cohesiona en un nosequé que hace de una tarde una inusual experiencia.