Por la ventana empañada los podía ver discutiendo, en algún punto entre gritos y una violencia mas desmedida. No sé si podía decir que era una costumbre, pero era al menos algo regular. Mientras la radio del fondo anunciaba en tono alarmista la peor nevada de la década, pude escuchar un golpe. Otro más.
Le di la espalda a ventana, como si pudiera esquivar la situación, y empecé a buscar un par de guantes en los cajones de la cómoda. En esa habitación sin calefacción uno tenía la sensación de estar a la intemperie. La punta de los dedos y de la nariz ya se sentían ajenos a mí.
¿Qué podía hacer yo? No respondo bien a amenazas. Y si bien en ese momento no lo sabía, y no lo sabría por otro tiempo mas, yo y mis acciones, en realidad no importábamos. Por que soy una tonta, nada más.
Podría mentirme a mí misma, seguir pensando que todo pasó de repente, en un momento impreciso que ahora se me ocurre lejano. Pero no. Que yo haya insistido en seguir levantándome todas las mañanas, hasta que pude, como si mi vida fuera perfectamente normal, en realidad es solo una muestra de mi estupidez.
Pensándolo ahora y viéndolo en retrospectiva, podría haber estado más preparada. Aún sino hubiera podido hacer nada, podría no haber jugado el papel de señorita inocencia estúpida. Pero si algo sabía de mí misma era que me es más fácil ser tonta. Por eso mismo mientras todo pasaba yo estaba buscando una excusa en los cajones en vez de estar ahí abajo.
No sé en qué momento escuché el disparo. Las crónicas del día siguiente decían entre las ocho y media y las nueve y cuarto de la noche y yo no podría haber sido mas precisa. En estos tiempos los medios no se detienen mucho en cada asesinato, algunos incluso solo se refieren a la cantidad, como si estuvieran hablando del precio del dólar.
Para cuando mi mente nublada me permitió reaccionar y salir de la casa en penumbras, los perros del barrio todavía ladraban y la gente que había estado relojeando la violencia de la discusión, rodeaba a mi hermano caído.
Me hice paso entre la chusma. Apenas se podía respirar en el cortante aire húmedo de invierno. Me agaché a su altura. Benjamín me dedicó una mirada y con su cara de poker se alejó. Nadie intentó detenerlo. Ni siquiera lo siguieron con la mirada mientras se entremezcló con el paisaje urbano de la noche.
La sangre de Gabriel manchaba el piso y aunque yo intentaba intentar ayudarlo, era todo en vano. La cara se le desfiguraba en muecas de dolor, así que desistí. Un vecino me alcanzó un pañuelo. Un pañuelo que ya estaba manchado con sangre seca. Lo miré y me dio la sensación que a él esto le parecía mucho a un dejavú.
Para cuando la ambulancia vino a llevarse el cuerpo de mi hermano, todos, incluso yo, nos habíamos ido de su lado. No sé que es lo que movió a los demás a irse, no estoy segura de que fuera el desinterés. Uno siempre puede contar con la fidelidad de la chusma a formar parte de la escena. Tal vez fue el frío. En cuanto a mí, de repente me inundó una desesperación. Yo en ese momento ya tenía otra premisa.
Alcancé a ver a los empleados mal pagos del Estado discutir sobre la mejor manera de llevarse el cuerpo, que alguien había cubierto con un mantel rojo, y que la nieve había congelado. Había algo en sus voces, ¿alegría? Al menos no tendrían que fingir que sabían lo que hacían. En los tiempos que corren no mandan enfermeros de verdad, suele ser solo el chofer de la ambulancia el que acude al llamado. Ya como un tramite, simplemente el trabajo se parecía más al del recolector de basura de lo que a uno se le antojaría.
Mientras intentaba concentrarme en armar la mochila con lo menos posible y lo más rápido que podía, luchaba contra mí misma y los temblores que me sacudían y dificultaban mi tarea.
Pude escuchar el golpe seco del cadáver contra el piso metálico de la ambulancia. Supongo que los enfermeros no concedieron más que unos segundos de respeto antes de que mi hermano fuera un fiambre más. Ruido de arranque y marcha. Llegué a asomarme a la ventana justo para divisar al coche penetrar en la noche. Chau Gabriel.
Fue ahí, creo, cuando tuve que caer en cuenta de que estaba sola. De que todo el tiempo que intenté desentenderme de mi destino, en ese momento, me jugaba en contra. Que Gabriel no estuviera más significaba que a partir de entonces yo dependía sólo de mí. Pero lamentablemente me había sumido en un estado de ignorancia catastrófica. De repente no sabía nada, justo en el momento en que más lo necesitaba. ¿Podría aprender lo que se necesitaba para simplemente existir? De lo único que estaba segura era de que me tenía que ir. No me podía quedar en ese lugar.
Pero en ese momento en que todo me parecía tan urgente, no pude evitar quedarme estática, recordando la paz del pasado, cuando éramos una familia. Una fecha volvía una y otra vez. Un 5 de abril. Extrañamente, los diarios dijeron sobre su muerte que fue un accidente. Algo más que extraño si se considera que el velorio tuvo que ser a cajón cerrado, las heridas de bala les habían desfigurado toda la cara. Podrían haber dicho que había sido un robo, hubiera sido mas creíble. Pero no se si la veracidad era lo que mas le importaba a los medios.
De repente volví a respirar y me encontré con una mochila cerrada y ready to go. Es increíble lo que se es capaz de hacer en piloto automático. Plata. Iba a necesitar plata. Pero siempre la manejó Gabriel. Y desde que habíamos caído en ese viejo departamento en el que Benjamín parecía escondernos, yo había perdido rastro de dónde estaba guardada, o si es que había. Sabía que Benjamín pasaba una cantidad mas o menos estable todos los meses, y por como vivíamos, o era muy poco o Gabriel ahorraba.
Logré arrastrar los pies hasta la habitación que Gabriel había improvisado como propia. Totalmente desordenada, cualquiera hubiera sospechado que alguien ya había estado ahí revisando. Traté de figurarme, ahora en escena, donde podría mi hermano podría haber guardado la plata. Pasando revista de la penumbra que me hacía difícil la tarea, de repente una imagen me sobresaltó. Era mi reflejo en un espejo roto que estaba apoyado contra el piso y que por su ángulo, reflejaba con mas luz que la que había en el cuarto. En la imagen inversa atrás mío noté la puerta de un armario. Me di vuelta y en el movimiento llegué a sentir un vaso de vidrio que, de tan cerca, no lo habría notado nunca ya que no llegaba a entrar en mi campo de visión. Lo tiré. Obviamente no tenía reflejos para evitarlo. Me sacudió los sentidos una peste a alcohol. Un vaso de Ginebra. Mi hermano había adquirido un hábito que había insistido en esconder de mi. No es que yo fuese moralista, pero agradecí la consideración de no sumarme presiones externas. Ya estaba bajo mucha presión para mantenerme tranquila.
En el armario no había nada. Estaba casi vacío y no tarde en comprobar que no iba a encontrar lo que estaba buscando. Lo que sí había era un libro. Era sumamente chiquito, de pocas hojas de un tono casi azafrán y de un olor a humedad que parecía natural, como si siempre lo hubiera tenido.
Lo conocía. Hubo un momento en que se paseaba por mi casa. En el comedor, arriba de la mesada de la cocina, por todos lados... Mamá decía que la gaviota que volaba sobre el mar, y que ilustraba la tapa, la deprimía. Siempre me pareció irónico la necesidad del todo. Si la deprimía era porque le mostraba apenas un atisbo de libertad, que, presionada por la realidad, mi vieja no hacía mas que anhelar. Era la idea de una liberación inalcanzable lo que la deprimía. De repente se me antojó que ella había disfrutado de la muerte salvadora. O tal vez solo era mi consuelo.
Tomé el libro que supo pertenecer a mi hermano Benjamín, casi olvidándome de mi todavía urgente necesidad de correr. La cubierta me parecía de un material brillante, pero en esa penumbra en realidad no brillaba nada. Lo abrí por el medio y lo hojeé sin cuidado. Era una historia de ficción, o eso parecía, que ocurría a fines de la segunda guerra mundial, o eso parecía.
Estaba por dejarlo cuando algo me llamó la atención. Una anotación bastante parecida a la desesperación de una persona atormentada. Busqué entre las paginas más referencias. Si bien todas tenían un cierto grado de incoherencia, pintaban un personaje torturado. Concentrada con mi nuevo descubrimiento, me dejé resbalar contra la pared. Aunque tenía que correr, no sabía a donde. Que más daba. En retrospectiva, claramente no tenía fuerzas de afrontar mi futuro incierto.
Lo agarré del principio. Las anotaciones en el margen parecían ir aumentando progresivamente hasta la ultima hoja, que parecía un gran, gran tachón. Me concentré en la historia. No me acuerdo de que trataba, pero cuando trato de acordarme me viene un sabor amargo. Era una historia oscura, casi impenetrable, un anhelo de libertad. El protagonista vivía una vida condenada, huyendo de una existencia horrible. Parecía que mientras mas corría para alejarse de todo, mas horrible era lo que le pasaba.
Cerca de la página 40 pasó algo que yo no vi venir. Sumado a los comentarios cada vez mas retorcidos, el nombre del protagonista estaba tachado y se inscribía arriba “B 212”. Cada vez que se hacía referencia al personaje, volvía el sobrenombre de mi hermano.
De alguna manera, la identificación de Benjamín con esa vida, se me hizo clara. Me acordé de cómo llevaba ese libro a todos lados, a modo de diario, en esos tiempo familiares en los que no necesitaba fingir que todo estaba bien, o al menos no más que cualquier otro ser contemporáneo. Mi hermano veía en ese libro reflejada su vida, que se me ocurría horrible. Y en constante espiral de bajada. De repente yo podía ver siquiera una ápice de lo que eso significaba.
No sé cuanto tiempo me tomo leerlo, pero cuando reaccioné, las primeras luces se reflejaban en el espejo resquebrajado. Dejé el libro a un costado. De alguna manera esto lo cambiaba todo. Benjamín no solo no era el culpable de la situación que me había tocado vivir. Yo no sabía como es que llegó a que eso pasara, pero él me pareció una víctima más. Siempre lo había visto como ese desalmado que no lloró en el velatorio de mis viejos, nuestros viejos. Recordé su mirada y como me consumía. Pero no mostraba dolor... Y nunca se lo había perdonado.
Pero en ese momento, bajo una nueva luz, se me antojaba que esa había sido la única manera en la que pudo reaccionar. Claramente se sentía culpable y de repente todos esos rumores que circulaban por el barrio y que sólo escuché alguna vez a medias, cobraron coherencia. Sí. Había sido algún tipo de ajuste de cuentas. Por eso desde entonces él había tomado más en serio su tarea de protegernos.
Que nos mudáramos a ese sucucho cobraba sentido. Y de repente sus continuas amenazas para que nos fuéramos me parecieron más una forma de protegernos de algún peligro y no, como suponía, una movida para hacerse de otro centro “operaciones”.
Ni Gabriel ni yo sabíamos mucho más de la lucha de narcos por territorio que lo que salía en los diarios. Y ellos no parecían saber mucho tampoco.
Entonces un nuevo sentimiento de afecto me suavizó la expresión. Bastante raro considerando que acaba de proyectarme un escenario en el que estaba en peligro, con posibles narcos buscando saldar cuentas incluidos... Y un hermano que acababa de matar al otro hacía sólo unas horas. Eso seguía sin cuadrarme.
¿Qué es lo que estaban discutiendo?, ¿qué pudo haber dicho Gabriel para que se desencadenara ese final? ¿sería capaz de perdonarlo a Benjamín? ¿querría él que yo lo perdonara?
Y como respuesta a mi última pregunta, un ruido. El chirriar de las escaleras. Un juego de llaves. La puerta que se abría. Las pisadas hasta la habitación. No me asusté, de alguna manera era lo que esperaba. No nos miramos ni cuando pisamos la calle y la luz pegó de lleno en nuestras caras.
Benjamín se adelantó unos pasos y se dio vuelta. No puedo decir que sonrió, o si siquiera lo intentó, pero hubo una especie de entendimiento.Mientras me decidí a seguirlo y di unos pasos en su dirección alcancé a divisar la mancha de sangre congelada en la vereda y se me ocurrió de que se podría parecer mucho a mi futuro. En ese momento no lo sabía. Llena de dudas, lo seguí hasta perderme con él en el interior de un mundo que apenas se mostraba en movimiento, sin saber que pasaría o si realmente me importaba.